Por años, he formado parte de diversos grupos de lectores. Por lo general, varios amigos leen un libro y, después, se reúnen para comentar las ideas expuestas por el autor. Casi siempre, alguien formula una pregunta que nadie puede contestar. Entonces, otro dirá: «Si tan solo pudiéramos preguntarle al autor». Una tendencia popular en diversas ciudades es hacer esto posible: algunos autores, por una tarifa mínima, se ponen a disposición para encontrarse con los miembros del club.
¡Qué diferente es esto para los que nos reunimos a estudiar la Biblia! Jesús se reúne con nosotros siempre: sin cobrar una tarifa, sin conflicto de horarios, sin viáticos. Además, tenemos el Espíritu Santo que nos guía para que entendamos. Una de las últimas promesas de Jesús a sus discípulos fue que Dios enviaría el Espíritu Santo para enseñarles (Juan 14:26).
El Autor de la Biblia no está limitado al tiempo ni al espacio; puede reunirse con nosotros en cualquier momento y lugar. Por eso, cuando tenemos una duda, podemos preguntarle, con la certeza de que nos contestará… aunque tal vez no sea según nuestro cronograma.
Dios quiere que tengamos la mente del Autor (1 Corintios 2:16), para que, mediante la enseñanza del Espíritu, comprendamos la grandeza del regalo que gratuitamente nos ha dado (v. 12).