El libro Centenario, de James Michener, es una ficción sobre la historia y la conquista del oeste norteamericano. A través de los ojos de un comerciante franco-canadiense llamado Pasquinel, el autor entrecruza las historias de los indígenas arapajó de las Grandes Planicies y la comunidad europea de Saint Louis. Mientras este tosco aventurero se mueve entre el creciente desorden de la ciudad y las grandes llanuras, se convierte en un puente entre dos mundos drásticamente diferentes.

Los seguidores de Cristo también tienen la oportunidad de construir puentes entre dos mundos muy distintos: los que conocen y siguen a Jesús y los que no lo conocen. Los primeros cristianos en Tesalónica habían estado construyendo puentes en la cultura idólatra que los rodeaba; por eso, Pablo dijo de ellos: «Porque partiendo de vosotros ha sido divulgada la palabra del Señor, no sólo en Macedonia y Acaya, sino […] también en todo lugar…» (1 Tesalonicenses 1:8). El puente que estaban edificando tenía dos componentes: «la palabra del Señor» y el ejemplo de la fe de ellos. Todos veían que estos creyentes se habían convertido «de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero» (v. 9).

A medida que Dios se manifieste a los que nos rodean mediante su Palabra y a través de nuestra vida, podemos convertirnos en puentes para aquellos que todavía no conocen el amor de Cristo.