Un amigo mío le preguntó a un hombre recién jubilado qué iba a hacer ahora que ya no trabajaba todo el tiempo. «Me considero un visitante —respondió el hombre—. Voy a ver a integrantes de nuestra iglesia y comunidad que están en el hospital o en centros de cuidados especiales, que viven solos o que, simplemente, necesitan alguien que hable y ore con ellos. ¡Y me encanta hacerlo!». Mi amigo quedó impresionado ante la claridad de propósito de este hombre y su interés en los demás.
Unos días antes de que Jesús fuera crucificado, contó a sus seguidores una historia que enfatizaba la importancia de visitar a los necesitados. «Entonces el Rey dirá a los de su derecha: […] estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí» (Mateo 25:34, 36). Cuando le preguntaran: «¿… cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?», el Rey responderá: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (vv. 39-40).
Nuestro ministerio de visitación tiene dos beneficiarios: la persona visitada y Jesús mismo. Ir a ver a una persona para ayudarla y alentarla es servir al Señor directamente.
¿Hay alguien a quien lo alentaría que lo visitaras hoy?