Durante varias semanas después de que mi esposo tuvo un ataque al corazón, solíamos dar gracias a Dios por haberle permitido seguir con vida. Meses más tarde, aún seguían preguntándome cómo me sentía, y mi respuesta era a menudo muy simple: «Bendecida. Me siento bendecida».
No obstante, las bendiciones vienen en diferentes formas y tamaños. Aun cuando estamos haciendo todo lo que pensamos que Dios espera de nosotros, tal vez sigamos experimentando sufrimientos. A veces, nos sorprende que el Señor no responda como esperamos o que su tiempo no sea el que nosotros creemos oportuno.
Esto lo vemos en la vida de José. Desde una perspectiva humana, podríamos pensar que Dios se había olvidado de él, ya que, por más de una década, José experimentó sufrimientos. Lo arrojaron a un pozo, lo vendieron como esclavo, lo acusaron falsamente, lo encarcelaron de manera injusta. No obstante, al final, la fidelidad de Dios hacia él se manifestó ante todos al ponerlo como gobernante de Egipto y salvar a muchos de la hambruna (Génesis 37–46). C. S. Lewis escribió: «Cuando perdemos una bendición, otra suele ser dada en su lugar de la manera más inesperada».
Dios siempre tuvo su mano de bendición sobre José, como lo hace con todos los que confían en Él. «¡Cuán grande es tu bondad…!» (Salmo 31:19).