«Hay algunas cosas que el dinero no puede comprar; pero, en estos tiempos, son pocas», afirma Michael Sandel, autor de Lo que el dinero no puede comprar. Una persona puede comprar un calabozo mejor por 90 dólares la noche cuando está presa; el derecho a cazar un rinoceronte negro en peligro de extinción, por 250.000 dólares; o el número de teléfono móvil de su médico, por 1.500 dólares. Parece ser que «casi todo está a la venta».
Pero lo que el dinero no puede comprar es la redención: la libertad del dominio del pecado. Cuando Pablo empezó a escribir sobre la naturaleza inestimable del plan de Dios para la salvación por medio de Cristo, su corazón irrumpió en alabanza: «en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros…» (Efesios 1:7-8).
La muerte de Jesús en la cruz fue el alto costo que se pagó para liberarnos del pecado. Y solamente Él podía pagar ese precio, porque es el perfecto Hijo de Dios. La respuesta natural ante una gracia tan generosa, pero también costosa, es una alabanza espontánea y de corazón, y una consagración al Dios que nos compró por medio de Jesucristo (1:13-14).
¡Alabado sea nuestro Dios amoroso; Él vino para darnos libertad!