Pip, pip, pip, pip… el sonido de advertencia y las luces intermitentes avisaban a los pasajeros que las puertas del tren iban a cerrarse. No obstante, algunas personas que llegaban atrasadas corrieron por la plataforma para intentar subir. La puerta se cerró y apretó a una de ellas. Menos mal que se volvió a abrir y que el pasajero subió sin lastimarse. Me pregunté por qué la gente se arriesga tanto, cuando el próximo tren llegaría en solo cuatro minutos.
Hay una puerta mucho más importante que es necesario atravesar antes de que se cierre: la puerta de la misericordia de Dios. El apóstol Pablo dice: «He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación» (2 Corintios 6:2). Cristo vino, murió por nuestros pecados y resucitó de la tumba. Abrió el camino de la reconciliación con Dios y nos proclamó el día de la salvación.
Ese día es hoy. Sin embargo, otro día, la puerta de la misericordia se cerrará. A los que le recibieron, Cristo les dirá: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros» (Mateo 25:34). Pero, a los que no lo conocen, los echará (v. 46).
Nuestra respuesta a la verdad de Jesucristo determina nuestro destino. Hoy Jesús invita: «Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo» (Juan 10:9).