«No puedo —dijo Roberto, mientras arrojaba desesperado su lápiz. —¡Es demasiado difícil!». Leer y escribir le parecía algo imposible a nuestro hijo de nueve años, disléxico. Al fin, nos dieron una solución, pero fue difícil. Todas las noches, teníamos que hacerlo practicar lectura y escritura durante 20 minutos… sin excepción. A veces, no teníamos ganas de hacerlo, y otras, creíamos que él no progresaría nunca. De todos modos, nos habíamos propuesto lograr que su edad cronológica coincidiera con la que correspondía a saber leer, así que seguimos luchando.

Después de dos años y medio, todas las lágrimas y los esfuerzos parecieron haber merecido infinitamente la pena. Roberto aprendió a leer y escribir… y todos nosotros aprendimos a tener paciencia y constancia.

El apóstol Pablo experimentó toda clase de dificultades mientras persistía en su objetivo de compartir la buena noticia de Jesucristo con aquellos que nunca la habían oído. Fue perseguido, azotado, encarcelado, malinterpretado; a veces, incluso enfrentó la muerte (2 Corintios 11:25). Pero el gozo de ver que la gente respondía a su mensaje hacía que todo valiera la pena.

Si sientes que la tarea a la que Dios te ha llamado es demasiado difícil, recuerda que las lecciones espirituales y el gozo que acompañan tal esfuerzo pueden, en un principio, parecer ocultos, pero ¡sin duda, están presentes! Dios te ayudará a encontrarlos.