He participado en muchas ceremonias de casamiento. Por lo general, planeada según los sueños de la novia, cada boda es única. Pero hay algo similar en todas: con sus vestidos adornados, el cabello maravillosamente peinado y sus rostros resplandecientes, las novias son el centro de todas las miradas.
Me resulta intrigante que Dios nos describa como su esposa. Al hablar de la Iglesia, declara: «han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado» (Apocalipsis 19:7).
Este concepto es maravilloso para los que se sienten desanimados por la condición de la iglesia. Mi padre fue pastor, yo pastoreé tres congregaciones, y he predicado en iglesias en todo el mundo. He aconsejado a pastores y a creyentes sobre problemas graves y perturbadores en las congregaciones. Pero, aunque la iglesia parezca con frecuencia algo espinoso, mi amor por ella no ha cambiado.
Lo que sí ha cambiado es mi razón para amarla, y esto se debe, sobre todo, a reconocer a quién le pertenece: la Iglesia es de Cristo; es su esposa. Como es preciosa para Él, también lo es para mí. Por más imperfectos que seamos, ¡el amor de Cristo por su esposa es algo extraordinario!