Los cumpleaños de mis hijos son en diciembre. Cuando eran pequeños, uno de ellos aprendió rápidamente que, si no recibía un anhelado juguete para su cumpleaños a principios de mes, tal vez lo tendría como regalo de Navidad. Y el otro, si no lo recibía para Navidad, podía aparecer cuatro días después, para su cumpleaños. Que haya un retraso no significa que algo nunca sucederá.
Era lógico que Marta y María enviaran a buscar a Jesús cuando Lázaro se enfermó gravemente (Juan 11:1-3). Tal vez miraban ansiosas hacia el camino, esperando señales de su llegada, pero el Señor no apareció. Cuando finalmente entró en la ciudad, ya habían pasado cuatro días desde el funeral (v. 17).
Marta fue franca: «Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto» (v. 21). Después, su fe mostró un dejo de confianza: «Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará» (v. 22). Me pregunto qué esperaba. Lázaro estaba muerto, y ella tenía recelo de hacer abrir la tumba. No obstante, tras una palabra de Jesús, el espíritu de Lázaro volvió a su cuerpo descompuesto (vv. 41-44). El Señor simplemente había evitado sanar a su amigo enfermo, para llevar a cabo el milagro mucho más asombroso de devolverle la vida.
Esperar el tiempo de Dios tal vez nos permita ver un milagro mayor del que esperábamos.