Uno de mis álbumes de fotos favorito es de un almuerzo en familia, donde aparecen imágenes de mi padre, sus hijos con sus esposas, y sus nietos; todos en un momento de intercesión y acción de gracias.
Mi padre había tenido varios derrames cerebrales, y ya no hablaba tanto como antes. Sin embargo, durante aquel momento de oración, lo oí decir con profunda convicción: «¡Oramos en el nombre de Jesús!». Al año, papá dejó este mundo para entrar en la presencia de Aquel en cuyo nombre había depositado su confianza.
Jesús nos enseñó a orar en su nombre. La noche antes de ser crucificado, les prometió a sus discípulos: «Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido» (Juan 16:24). No obstante, la promesa de pedir en el nombre de Jesús no es un cheque en blanco para conseguir cualquier cosa que satisfaga nuestros caprichos personales.
Antes, esa misma noche, les había enseñado que Dios concede las peticiones hechas en su nombre, para que glorifiquen al Padre (Juan 14:13). Después, Jesús mismo oró angustiado: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mateo 26:39).
Al orar, nos sometemos a la sabiduría, el amor y la soberanía de Dios, y, con confianza, pedimos «en el nombre de Jesús».