Pareciera que, con los años, la Navidad se vuelve un asunto cada vez más comercial. Aun en los países donde la mayoría de la gente se autodenomina «cristiana», esta época se ha convertido más en un tiempo de compras que de adoración. La presión por comprar regalos y organizar fiestas sofisticadas hace que resulte cada vez más difícil mantener el enfoque en su verdadero significado: el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo.
No obstante, todos los años también escucho que el evangelio se presenta en lugares insólitos; esos mismos sitios donde se comercializa la Navidad: los centros comerciales. Cuando oigo por los altavoces la canción que dice: «¡Navidad, Navidad, hoy es Navidad!», pienso en las palabras de Jesús a los fariseos, quienes le ordenaron que silenciara a las multitudes que lo alababan: «Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían» (Lucas 19:40).
Durante la época navideña, oímos que las piedras claman. Incluso personas que están espiritualmente muertas cantan villancicos escritos por cristianos que murieron hace mucho tiempo, lo cual nos recuerda que, aunque ellas se esfuercen al máximo para tratar de desmentir el verdadero mensaje de Navidad, siempre fracasarán.
Independientemente del materialismo que amenaza distorsionar el mensaje del nacimiento de Cristo, Dios hará que su buena noticia se conozca en todo este mundo que está bajo condenación.