El Salmo 150 no es solamente una hermosa expresión de alabanza, sino también una lección sobre cómo alabar al Señor. Nos dice dónde, por qué y cómo ofrecer alabanzas, y quién debe hacerlo.
¿Dónde alabamos? En el «santuario» de Dios y en la «magnificencia de su firmamento» (v. 1). Cualquier parte del mundo donde nos encontremos es un lugar apropiado para alabar a Aquel que creó todas las cosas.
¿Por qué alabamos? Primero, por lo que Dios hace: «sus proezas». Segundo, por lo que Él es. El salmista alababa al Señor por «la muchedumbre de su grandeza» (v. 2). El Creador todopoderoso es el sustentador del universo.
¿Cómo alabar? En voz alta, en silencio, con suavidad, con entusiasmo, con ritmo, con denuedo, de manera inesperada, sin temor. En otras palabras: podemos alabar a Dios de muchas formas y en diversas ocasiones (vv. 3-5).
¿Quién debe alabar? «Todo lo que respira alabe al Señor» (v. 6): jóvenes y ancianos, ricos y pobres, débiles y fuertes, toda criatura viviente. La voluntad de Dios para todos aquellos a quienes les dio aliento de vida es que utilicen ese aliento para reconocer su poder y grandeza.
La alabanza es nuestra expresión entusiasta de gratitud a Dios por reinar en gloria para siempre.