Un diario de Calcuta, India, relata la entrevista entre un pastor evangélico y un joven brahmán. Durante la conversación, el joven dijo: «Encuentro en el cristianismo muchas doctrinas que también están en el hinduismo. Sin embargo, ustedes tienen algo en su religión que nosotros no tenemos». «¿Y qué tenemos nosotros que no se encuentra en el hinduismo?», preguntó el pastor. La respuesta del brahmán fue conmovedora: «Un Salvador».
Navidad es la celebración de la llegada al mundo de nuestro Salvador. La conmemoración de esta fecha tan especial debería destacarse por la exaltación, la adoración y el testimonio de su nombre. Pero ¿qué pasa con nuestra Navidad? ¿Acaso esta celebración promueve la gratitud y la exaltación? No podemos dejar que el Niño de la Navidad se vuelva invisible y quede escondido tras los regalos y los adornos de esta época del año, que cada vez es más secular y comercial. «… que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor» (Lucas 2:11).
La mentalidad de nuestros días nos arrastra implacablemente en dirección al consumismo; especialmente, en esta época. Tenemos que recordar siempre que la belleza de Cristo es la verdadera esencia de la Navidad. Él es el Dios eterno que trae gozo verdadero y vida eterna.
Pero ¿qué hacemos con una historia que, aunque resuena con ecos de un mundo lejano, repercute en la vida que conocemos y en la que anhelamos tener? El nacimiento de Jesús, la esperanza para el mundo, refleja el drama y la maravilla de tal historia.
Podemos quedar absortos ante los papeles decorados y los regalos que queremos recibir y dar, pero el Bebé envuelto en pañales todavía es el «mayor regalo». Que podamos ver, amar y celebrar juntos:
Gloria al Príncipe de Paz,
Dios en Cristo revelado, vida y luz trae al mundo.
Nace para que nazcamos de nuevo, vive para que vivamos,
Rey, Profeta y Salvador,
¡Alaben todos al Señor!