El león rugiente es el legendario «rey de la selva». Sin embargo, los únicos leones que ve la mayoría de la gente son los aletargados felinos de los zoológicos. Pasan los días descansando y les sirven la comida sin que tengan que levantar ni una pata.
No obstante, en su hábitat natural, no siempre viven una vida reposada. El hambre les dice que vayan a cazar, y, cuando lo hacen, buscan las presas jóvenes, débiles, enfermas o lastimadas. Agazapados tras plantas altas, avanzan lentamente. Entonces, con un salto repentino, hunden sus garras en el cuerpo de sus víctimas.
Pedro utilizó un «león rugiente» como metáfora de Satanás, ya que este es un depredador seguro de sí mismo, que busca devorar una presa fácil (1 Pedro 5:8). Al tratar con este adversario, los hijos de Dios deben estar atentos y colocarse «toda la armadura de Dios». De este modo, pueden fortalecerse «en el Señor, y en el poder de su fuerza» (Efesios 6:10-11).
La buena noticia es que Satanás es un adversario derrotado. Aunque es poderoso, los que están protegidos por la salvación, la oración y la Palabra de Dios no tienen por qué paralizarse de miedo ante este león rugiente, ya que son «guardados por el poder de Dios» (1 Pedro 1:5). Santiago 4:7 afirma: «resistid al diablo, y huirá de vosotros».