Cuando le dije a mi hijita que nos vendría a visitar un bebé de tres meses, estaba encantada. Con un sentido infantil de hospitalidad, sugirió que compartiéramos con él algo de nuestra comida; pensó que le gustaría una naranja jugosa de la fuente que teníamos en la mesa de la cocina. Le expliqué que el niñito solo podía beber leche, pero que, cuando fuera grande, tal vez le gustarían las naranjas.
La Biblia emplea un concepto similar para describir la necesidad de alimento espiritual del creyente. Las verdades básicas de las Escrituras son como la leche; ayudan a los creyentes nuevos a desarrollarse y crecer (1 Pedro 2:2-3). En contraste, «el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez…» (Hebreos 5:14). Los creyentes que han tenido tiempo para digerir y entender los principios básicos pueden avanzar e investigar otros conceptos bíblicos, y empezar a enseñarles a otros estas verdades. Las recompensas de la madurez espiritual son el discernimiento (v. 14), la sabiduría divina (1 Corintios 2:6) y la capacidad para comunicar a otros la verdad de Dios (Hebreos 5:12).
Como un padre amoroso, el Señor desea que crezcamos espiritualmente. Él sabe que alimentarnos tan solo de leche espiritual no es lo que más nos conviene, y desea que avancemos para poder disfrutar del sabor del alimento sólido.