Piensa un instante en la fuerza, la belleza y la majestad de un caballo galopando: su cabeza en alto, la cola desplegada al viento y las patas moviéndose coordinadamente para lograr velocidad, potencia y gracia.
¡Qué ejemplo maravilloso de la extraordinaria creación divina! Dios no solo lo creó para que lo disfrutemos y nos asombremos, sino también para complementar a la raza humana (Job 39). Adecuadamente entrenado, este animal no tiene temor cuando hace falta un compañero valiente. Se utilizaba para transportar de manera rápida (v. 24) y fiel a la guerra a los soldados con esperanzas de triunfo (v. 25).
Aunque Dios estaba utilizando la creación para enseñarle a Job sobre su soberanía, este pasaje también puede recordarnos nuestra importancia en el mundo. No somos creados simplemente como seres hermosos con una tarea que cumplir, sino como criaturas hechas a imagen de Dios. La fuerza del caballo es asombrosa, pero el valor de cada ser humano trasciende el de todas las demás criaturas.
Dios nos creó de manera singular para relacionarnos con Él y vivir en su presencia para siempre. Alabamos al Señor por la magnificencia de la naturaleza, pero también nos llena de temor reverente que fuimos hechos «asombrosa y maravillosamente» (Salmo 139:14 lbla).