El Ferrari valorado en 200.000 dólares quedó bajo el agua en una carretera y no sirvió más. Su dueño había intentado pasar por lo que parecía ser un charco, sin darse cuenta de que el agua subía rápidamente y se hacía más profundo. Cuando el agua llegó a la altura de los guardafangos, el motor de 450 caballos de fuerza se detuvo. Menos mal que el hombre pudo salir del automóvil y refugiarse en un terreno elevado.
El coche deportivo inundado me recuerda el comentario de Salomón: «esas riquezas se pierden por un mal negocio» (Eclesiastés 5:14 lbla). Los desastres naturales, los robos o los accidentes pueden quitarnos los bienes más preciados. Aunque seamos capaces de protegerlos, no podremos llevarlos al cielo (v. 15). Entonces, Salomón se pregunta: «¿qué provecho tiene el que trabaja para el viento?» (v. 16). Es inútil trabajar solamente para conseguir posesiones que, en definitiva, desaparecerán.
Hay algo que no se corrompe y que podemos «llevar con nosotros»: los tesoros celestiales eternos. Procurar virtudes como la generosidad (Mateo 19:21), la humildad (5:3) y la constancia (Lucas 6:22-23) dará recompensas perdurables e indestructibles. La clase de tesoro que persigues ¿es solo terrenal o buscas «las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios»? (Colosenses 3:1).