Durante un viaje con un coro de una escuela secundaria cristiana, para apoyar la obra misionera en Jamaica, fuimos testigos de una demostración práctica del amor de Dios. El día que visitamos un orfanato para niños y jóvenes minusválidos, nos enteramos de que Diego, uno de los chicos al que nuestro grupo había conocido y que tenía parálisis cerebral, iba a ser adoptado.
Cuando la pareja que lo iba a adoptar llegó a la «base» donde estábamos alojados, fue un gozo hablar sobre él, pero aun mejor fue lo que sucedió después. Todavía nos encontrábamos allí cuando Diego y sus nuevos padres volvieron tras haberlo retirado del orfanato. Mientras la flamante mamá abrazaba a su hijo, los estudiantes se reunieron alrededor de ella y cantaron canciones de alabanza. Las lágrimas fluían… lágrimas de gozo. ¡Y Diego estaba radiante!
Más tarde, uno de nuestros jóvenes me dijo: «Me hace pensar en lo que sucede en el cielo cuando una persona es salva. Los ángeles se regocijan porque alguien ha sido adoptado en la familia de Dios». Sin duda, era un cuadro del gozo que hay allí cuando un ser humano se une para siempre a la familia de Dios por la fe en Cristo. Jesús se refirió a ese grandioso momento cuando declaró: «habrá […] gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente» (Lucas 15:7).
Alabemos al Señor por habernos adoptado en su familia. ¡Con razón los ángeles se regocijan!