El esposo de mi amiga estaba en las últimas etapas de la demencia senil. Cuando le presentaron a la enfermera que lo iba a cuidar, le tomó el brazo para detenerla y le dijo que quería que conociera a su mejor amigo: alguien que lo amaba profundamente.
Como no había nadie más en la sala, la enfermera pensó que estaba delirando; sin embargo, resultó ser que estaba hablando de Jesús. Ella se conmovió muchísimo, pero tuvo que irse de inmediato para atender a otros pacientes. Cuando volvió, la oscuridad lo había envuelto otra vez y ya no estaba lúcido.
Aunque este hombre había vuelto a descender a las tinieblas de su enfermedad, sabía que el Señor era su mejor amigo. Dios mora en las profundidades insondables de nuestra alma, y puede traspasar la mente más perdida y confirmarnos su cuidado tierno y amoroso. Sin duda, las tinieblas no nos esconden de Él (Salmo 139:12).
No sabemos lo que el futuro nos deparará a nosotros ni a nuestros seres queridos. Al envejecer, tal vez también descendamos a la oscuridad de una enfermedad mental, el Alzheimer o la demencia senil, pero, aun allí, la mano del Señor nos guiará y su diestra nos sostendrá con firmeza (v. 10). No podemos escapar de su amor y su cuidado personal.