Después de pasar una semana de vacaciones con su hija y su nieto, Catalina tuvo que despedirse hasta que pudiera volver a verlos. Más tarde, me escribió: «Los dulces encuentros como el que tuvimos hacen que mi corazón anhele el cielo. Allí no tendremos que tratar de grabar recuerdos en nuestra mente ni orar para que el tiempo pase lentamente y los días duren más. Nuestros «hola» nunca se convertirán en «adiós». El cielo será un “eterno hola”, y estoy ansiosa por llega allí». Tras haber sido abuela por primera vez, ¡ella quiere estar con su nieto todo lo posible! Está agradecida por cada oportunidad de verlo y por la esperanza del cielo… donde los momentos maravillosos nunca acabarán.
Sin duda, nuestros días buenos parecen cortos, y los difíciles no terminan nunca. No obstante, ambas clases de jornadas hacen que anhelemos los días mejores que están por delante. El apóstol Pablo afirmaba que él y los corintios deseaban ser «revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida» (2 Corintios 5:4). Aunque el Señor está con nosotros en esta vida, no podemos verlo cara a cara, ya que, ahora, vivimos por la fe y no por la vista (v. 7).
Dios nos creó con el propósito específico de estar cerca de Él siempre (v. 5). El cielo será un interminable «hola».