Presionado para ingresar a la Marina Real, John Newton fue despedido por insubordinación y se convirtió en traficante de esclavos. Conocido por maldecir y blasfemar, trabajó en un barco de transporte de esclavos durante la época más cruel del comercio transatlántico de esclavos, hasta que, finalmente, llegó a ser capitán.
Una conversión dramática en alta mar lo colocó en el sendero de la gracia. Siempre sintió que no merecía la nueva vida que tenía. Se convirtió en un encendido predicador del evangelio y, con el tiempo, líder de un movimiento abolicionista. Newton se presentó ante los congresistas de los Estados Unidos y dio un testimonio presencial irrefutable del horror y la inmoralidad del mercado de esclavos. También es conocido como el autor de la letra de uno de los himnos más amados de todos los tiempos: Sublime gracia.
Newton afirmaba que, si tenía algo bueno, se lo debía a la obra de la gracia divina. Al hacerlo, se coloca a la misma altura de estos grandes héroes: un asesino y adúltero (el rey David), un cobarde (el apóstol Pedro) y un perseguidor de los cristianos (el apóstol Pablo).
Esta misma gracia está a disposición de todos los que claman a Dios, porque «en [Él] tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia» (Efesios 1:7).