Los que visitaban el zoológico quedaron pasmados cuando el «león africano» empezó a ladrar en vez de rugir. El personal del lugar dijo que habían disfrazado un mastín tibetano, un perro muy grande, de león porque no tenían dinero para comprar el animal verdadero. No hace falta decir que el zoológico perdió su reputación y que la gente pensaba dos veces antes de visitarlo.
La reputación es frágil; una vez que se daña, es difícil de recuperar. Es común sacrificar una buena reputación en el altar del poder, el prestigio o las posesiones. Podría sucedernos a todos. Las Escrituras nos exhortan: «De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas…» (Proverbios 22:1). Dios está diciéndonos que el valor verdadero no debe basarse en lo que tenemos, sino en lo que somos.
El antiguo filósofo griego Sócrates declaró: «La forma de lograr una buena reputación es esforzarse para ser lo que uno desea parecer». Como seguidores de Jesús, llevamos su nombre. Por su amor a nosotros, nos esforzamos para andar como es digno de Él, reflejando su semejanza en nuestras palabras y acciones.
Cuando fallamos, Él vuelve a levantarnos con su amor. Por nuestro ejemplo, los que nos rodean serán guiados a alabar a Dios, quien nos redimió y transformó (Mateo 5:16), porque el Señor es digno de gloria, honra y alabanza plena.