Cuando una talentosa entrevistadora visitó una zona frecuentada por muchos estudiantes universitarios para preguntarles qué pensaban de Jesús, las respuestas mostraron respeto hacia Él. Uno dijo que era «una persona que se ocupaba de la gente». Otro declaró: «Parece ser un tipo genial». Algunos lo rechazaron abiertamente: «Era como cualquier otro. No creo que fue el Salvador». Y otros afirmaron: «No acepto ningún sistema de fe que diga “Yo soy el único camino a Dios”». Algunas personas cuestionan de manera respetuosa quién es Jesús y otras lo rechazan.
Hace 2.000 años, cuando el Señor se enfrentó a la muerte, muchos se burlaron de la idea de que fuera alguien especial: «Y pusieron sobre su cabeza su causa escrita: este es jesús, el rey de los judíos» (Mateo 27:37). Los que dijeron: «Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo» (v. 40), dudaban de su poder. Los religiosos incluso declararon: «A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar…» (v. 42).
Al morir, Jesús tal vez parecía carecer de poder, pero, cuando leemos la historia completa, vemos que entregó su vida en forma voluntaria. Cuando salió de la tumba, demostró ser el Hijo de Dios y tener poder ilimitado. Capta el valor de su muerte y contempla el poder de su resurrección. ¡Él es el Salvador del mundo!