Los seres humanos nos exponemos a realidades visibles e invisibles: lo natural y lo sobrenatural. Mientras observaba ballenas en la costa de Nueva Zelanda, reflexioné sobre estos dos mundos. Este mamífero descansa en la superficie durante un tiempo, luego respira un par de veces (y crea unos chorros espectaculares) y se sumerge unos 1.500 metros para alimentarse.

A pesar de tener su propio hábitat marino, debe salir a la superficie para tomar aire de tanto en tanto o se muere. Aunque no conoce mucho el mundo de arriba, necesita un contacto vital con él para sobrevivir.

A veces, me siento como esa ballena, tomando aire espiritual en intervalos regulares para mantenerme con vida. Pero no hay una división clara entre lo natural y lo sobrenatural. Lo que hago como cristiano (orar, adorar, demostrar el amor de Dios al enfermo, al necesitado y al preso) es tanto sobrenatural como natural.

El mismo Dios que creó el mundo visible, lo sustenta activamente, y abrió un camino para acercarnos a Él, el Invisible. Pablo escribió: «Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte (Colosenses 1:21-22).

Todas nuestras acciones ocurren en el mundo visible, que podemos tocar, oler y ver. Sin embargo, el Creador ha proporcionado una manera de respirar el aire espiritual que necesitamos y anhelamos.