Cuando Julio se enteró de que la salud de su madre desmejoraba rápidamente, tomó un avión y fue a verla de inmediato. Se sentó al lado de su cama, le sostuvo la mano, le cantó himnos, la consoló y le expresó su amor. La mujer falleció, y en el funeral, muchos le expresaron al joven la bendición que había sido su madre para ellos. Tenía un don para enseñar la Biblia, para aconsejar a otros y para liderar grupos de oración. Estas fueron partes vitales de su servicio a Cristo hasta casi el final de su vida. Terminó la carrera fuerte para el Señor.
Para honrar la vida de su madre, Julio participó en una carrera de 42 kilómetros. Durante la carrera, le dio gracias al Señor por su vida y lloró su pérdida. Cuando cruzó la meta, señaló con el dedo al cielo. «Donde está mamá», dijo. Ella había honrado a Cristo hasta el final, lo cual le recordó a su hijo las palabras del apóstol Pablo: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor […] en aquel día…» (2 Timoteo 4:7-8).
Estamos participando en una «carrera de larga distancia». Corramos de tal manera que obtengamos el premio de una corona «incorruptible» (1 Corintios 9:25). ¿Qué podría ser más deseable que terminar bien para Cristo y estar con Él para siempre?