Mientras viajaba en un tren, pocos años después de la guerra civil en los Estados Unidos, el general Lew Wallace se encontró accidentalmente con un colega del ejército, el coronel Robert Ingersoll. Este era uno de los agnósticos más notorios del siglo xix, y Wallace era un hombre de fe. Cuando la conversación entre ambos se centró en sus diferencias espirituales, el general se dio cuenta de que era incapaz de responder a las preguntas y las dudas del coronel. Avergonzado por su falta de conocimiento sobre su fe, Wallace empezó a escudriñar las Escrituras para hallar las respuestas. El resultado fue su exposición de la persona del Salvador en su clásica novela histórica Ben Hur: Una historia del Cristo.
Las preguntas inquisitivas de los escépticos no tienen que ser una amenaza para nuestra fe, sino que deben motivarnos a estudiar más y a prepararnos para responder con sabiduría y amor a quienes cuestionen nuestra fe. El apóstol Pedro nos instó a buscar la sabiduría de Dios en las Escrituras, al escribir: «estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros» (1 Pedro 3:15).
No es necesario que tengamos una respuesta para todas las preguntas, pero sí precisamos coraje, confianza y convicción para hablar de nuestro amor a Cristo y de la esperanza que tenemos.