Una amiga mía, maestra de preescolar, escuchó sin querer una conversación entre sus alumnos. La pequeña María lanzó la pregunta: «¿Quién ama a Dios?». Todos respondieron: «¡Yo! ¡Yo! ¡Yo!». Guillermito dijo: «Yo amo a Jesús». A lo cual, Carla protestó: «Pero Él murió». El niño respondió: «Sí, ¡pero cada Semana Santa resucita!».
Es evidente que Guillermito todavía tiene que aprender algunas cosas sobre la Pascua. Sabemos que Jesús murió una vez y para siempre (Romanos 6:19; Hebreos 10:12), y que, por supuesto, resucitó de los muertos una vez. Tres días después de pagar en la cruz la pena por nuestros pecados, el Jesús inmaculado conquistó la muerte al resucitar de la tumba y destruir el poder del pecado. Este último sacrificio de sangre abrió el único camino para que ahora tengamos una relación personal con Dios y un hogar con Él para la eternidad.
«Cristo murió por nuestros pecados […]; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día» (1 Corintios 15:3-4). Prometió preparar un lugar para nosotros (Juan 14:1-4) y que un día volverá. Llegará el momento en que estemos con nuestro Salvador resucitado.
Por esta razón, cada Semana Santa (en realidad, todos los días del año) tenemos un motivo para celebrar la resurrección de nuestro Salvador. «Bendeciré al Señor en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca» (Salmo 34:1).