Scott, mi hermano menor, nació cuando yo estaba en el último año de la escuela secundaria. Esta diferencia de edad generó una situación interesante cuando llegó el momento de que él fuera a la universidad. Nuestra mamá y yo lo acompañamos cuando viajó por primera vez a conocer las instalaciones donde se quedaría. Cuando llegamos, la gente pensó que éramos el padre y la abuela de Scott Crowder. Al final, nos cansamos de explicar que no era así. Independientemente de lo que dijéramos o hiciéramos, los vínculos correctos eran dejados de lado por este cómico caso de identidad equivocada.
Jesús les preguntó a los fariseos sobre su identidad: «¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: De David» (Mateo 22:42). La identidad del Mesías era un asunto crucial, y la respuesta de ellos fue correcta, pero incompleta. Las Escrituras afirmaban que el Mesías vendría y reinaría sobre el trono de su padre David, pero Jesús les recordó que, si bien David sería antepasado de Cristo, también sería algo más, ya que David lo trató de «Señor».
Frente a una pregunta similar, Pedro respondió acertadamente: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Mateo 16:16). Aún hoy, la pregunta sobre la identidad de Jesús es más importante que todas las demás, y es de relevancia eterna que no cometamos ningún error al entender quién es Él.