Poco después de que mi esposo y yo nos mudamos a nuestra nueva casa, un hombre dejó un cajón de frutillas en la acera del frente. Le había puesto una nota donde decía que quería que la compartiéramos con los vecinos. Sus intenciones eran buenas, pero unos niños descubrieron el cajón antes que nadie y decidieron hacer una fiesta arrojándose frutillas junto a nuestra casa blanca. Cuando volvimos, vimos que unos muchachitos conocidos nos miraban desde detrás de una cerca. Habían «regresado a la escena del crimen», para ver cómo reaccionábamos ante semejante caos. Podríamos simplemente haberlo limpiado, pero para restaurar nuestra relación, nos pareció importante hablar con ellos y pedirles que nos ayudaran a quitar las manchas de frutilla.
La vida puede volverse un caos con las luchas relacionales. Este fue el caso en la iglesia de Filipos. Dos siervas fieles, Evodia y Síntique, estaban en total desacuerdo. El apóstol Pablo le escribió a la iglesia para exhortar a sus miembros a solucionar sus problemas (Filipenses 4:2); además, quería que otra persona se acercara a ellas con un espíritu bondadoso: «Asimismo te ruego también a ti, compañero fiel, que ayudes a éstas que combatieron juntamente conmigo en el evangelio…» (v. 3).
Al darnos cuenta de que todos hemos generado caos en la vida, podemos confiar en que el Señor nos ayudará a tratar amablemente a los demás.