Hace poco, experimenté lo que, para mí, fue un «momento Copérnico»: yo no soy el centro del universo; el mundo no gira alrededor de mí; no se mueve a mi paso, en mis términos ni según mis preferencias.

Aunque desearíamos que fuera distinto, la vida no se trata de nosotros solamente: todo gira alrededor del Señor. En el Salmo 33, leemos que toda la naturaleza depende de Él y está bajo su control (vv. 6-9). Le asigna límites al mar y encierra el océano en grandes depósitos. Todo opera según las leyes que Dios ha establecido.

Las naciones también giran a su alrededor (vv. 10-12). Ningún plan ni complot pueden levantarse contra Dios, ya que, en última instancia, su plan permanece para siempre. Jamás pueden trastocarse sus intenciones.

Por último, toda la humanidad gira alrededor del Señor (vv. 13-19). Él ve a toda la raza humana. Hizo nuestro corazón y entiende todo lo que hacemos, y tiene poder para intervenir en nuestra vida y librarnos de situaciones fuera de control.

Nuestra vida fue creada para centrarse en Dios, no en nosotros mismos. ¡Qué agradecidos podemos estar de servir a un Dios tan poderoso! Todo aspecto de nuestra existencia está bajo su control.