Cuando la Corporación Radial Británica solicitó ejemplos de títulos de ocupaciones llamativos, dudosos e incluso extraños, una escritora envió el suyo: técnica en cerámica subacuática. Lavaba platos en un restaurante. A veces, los títulos se utilizan para hacer que un trabajo suene importante.
En Efesios 4:11, cuando Pablo enumeró algunos dones de Dios para la iglesia, no tuvo intención de que se interpretaran como títulos de ocupaciones destacadas. Todas las partes del cuerpo son necesarias para que este funcione correctamente. Ninguna es mejor que otra.
Lo más importante era el propósito de esos dones: «perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos […] a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (vv. 12-13).
Poco importa el título que poseamos. Lo relevante es que fortalezcamos la fe del pueblo de Dios. Cuando evaluemos nuestra eficacia según el estándar bíblico, no importará que nos trasladen a otra función o que ya no tengamos un título específico. Por amor al Señor, servimos para edificar a los creyentes y dejamos que Él comisione desde el cielo como lo considere apropiado (Mateo 25:21).