En el siglo xviii, el misionero Egerton Ryerson Young trabajó en Canadá entre la tribu Salteaux. El cacique le agradeció por haberles llevado la buena noticia de Cristo, señalando que la había escuchado por primera vez ya siendo anciano. Como sabía que Dios era el Padre celestial de Young, el cacique preguntó: «¿Eso significa que ahora Él es mi Padre también?». Cuando el misionero respondió que sí, todos los que los rodeaban estallaron en gritos de alegría.
Sin embargo, el cacique no había terminado. «Está bien —agregó—. No quiero ser descortés, pero me parece… que usted tardó mucho tiempo… en contárselo a su hermano del bosque». Young jamás se olvidó de ese comentario.
Muchas veces me frustro con los vaivenes de la vida, pensando en las personas que podría alcanzar si tan solo… Entonces, Dios me recuerda que simplemente mire a mi alrededor y descubra que hay muchos que todavía no han oído de Jesús. En ese momento, recuerdo que tengo una historia que contar dondequiera que vaya, «pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» (Romanos 10:12-13).
Recuerda que no es una historia cualquiera la que tenemos para contar… ¡es la mejor que se haya contado jamás!