Hacer que nuestros hijos estuvieran presentables para ir a la iglesia fue siempre un desafío. Diez minutos después de llegar todo acicalado, nuestro pequeño Mateo lucía como si no tuviera padres. Lo veía correr por el pasillo con la camisa suelta de un costado, las gafas torcidas, los zapatos raspados, y con trozos de galletas por toda la ropa. Si no lo cuidabas, era un desastre.
Me pregunto si a veces no tenemos el mismo aspecto. Después de haber sido revestidos de la justicia de Cristo, tendemos a desviarnos y vivir de un modo que no demuestra que le pertenecemos a Dios. Por eso, me da esperanza la promesa de Judas de que Jesús es «poderoso para [guardarnos] sin caída, y [presentarnos] sin mancha» (Judas 24).
¿Cómo podemos evitar que parezca que no tenemos un Padre celestial? A medida que nos sometamos más al Espíritu Santo y a sus caminos, Dios nos guardará de tropezar. Piensa cómo creceríamos en rectitud si pasáramos tiempo leyendo las Escrituras para ser limpiados «en el lavamiento del agua por la palabra» (Efesios 5:26).
¡Qué bendición es que Jesús haya prometido tomar nuestra vida inestable y desaliñada, y que nos presente sin mancha delante del Padre! Procuremos lucir cada vez más como hijos del Rey, al reflejar su cuidado y atención amorosos.