La cerca que rodea el patio lateral de nuestra casa estaba un poco vieja y rota; entonces, mi esposo Carl y yo decidimos que había que quitarla antes de que se cayera. Fue bastante fácil desarmarla, así que, una tarde, lo hicimos rápidamente. Unas semanas después, mientras Carl limpiaba el patio, una señora que estaba paseando su perro se detuvo para dar su opinión: «Su patio luce muchísimo mejor sin la cerca. Además, creo que las cercas no sirven para nada». Su explicación fue que le gustaba lo «comunitario» y que no existieran barreras entre la gente.
Aunque hay buenas razones para tener cercas físicas, aislarnos de nuestros vecinos no es una de ellas. Por eso, comprendí lo que sentía nuestra vecina sobre el concepto de comunidad. La iglesia a la que asisto tiene grupos comunitarios que se reúnen una vez por semana para fomentar las relaciones interpersonales y alentarnos unos a otros en nuestro andar con Dios. La iglesia primitiva se reunía todos los días en el templo (Hechos 2:44, 46). Sus miembros llegaron a tener un mismo propósito y corazón al compartir en la comunión y la oración. Si enfrentaban luchas, tenían compañeros que los ayudaban a levantarse (ver Eclesiastés 4:10).
El contacto con la comunidad de creyentes es vital para nuestro andar cristiano. Una de las maneras en que Dios ha escogido demostrarnos su amor es a través de las relaciones interpersonales.