Un sábado por la mañana contesté a un llamado a nuestra
puerta. Cuando abrí, una pareja (quienes estaban
vehementemente comprometidos con su creencia de que
Jesús no es Dios) estaba delante de mí. Los escuché por un rato
sin decir nada, pero luego fue mi turno de hablar, y dije, «Por
favor, escúchenme.»
Procedí, «Si honestamente creen lo que acaban de decirme,
entonces se encuentran en una situación lamentable y sin
esperanza. Más aún, lo que están haciendo en este momento es
un ejercicio vacío de inutilidad. En otras palabras, todo lo que Dios
ha diseñado para este mundo se basa en el hecho de que Jesús es
Dios encarnado. Si eso no es cierto, entonces todo lo que decimos,
todo lo que hacemos, es una broma y una mentira.»
Jesús mismo declaró esta realidad en Juan 10:30, «Yo y el
Padre somos uno.» En este pasaje, así como también en la verdad
subyacente de Juan 5:21-24, Él estaba diciendo, «Soy uno con el
Padre. Soy lo mismo que el Padre. Somos diferentes en cuanto a
personalidad, en cuanto a función, pero yo soy Dios. Si me oyen,
han oído al Padre.»
En la persona de Jesús, Dios se hizo un ser humano para
redimir a las personas y liberarlas de sus pecados. Si Dios mismo
no vino ni se identificó con nuestra condición de pecado,
envolviendo a la divinidad perfecta en humanidad sin pecado,
entonces, lo que decimos y lo que hacemos no tiene valor ni tiene
fundamento. Es algo vacío. Es algo inútil. Jesús es quien dijo que
era — Dios.
Lo que compartimos y lo que creemos como cristianos no se
basa en la vida de un hombre lindo y maravilloso. No se basa
en algún personaje sobresaliente de la historia. No se basa en
algún héroe cultural. Ni si quiera se basa en algún profeta
maravilloso y bueno.
No, lo que les decimos a los demás se basa en la realidad de
que Jesús mismo es Dios. Podemos vivir la vida cristiana y
presentar nuestra fe con gran confianza porque Jesús es quien
afirmaba ser. —CWL