Con tantas formas actuales de comunicación instantánea, nuestra impaciencia por recibir una respuesta de los demás es a veces ridícula. ¡Alguien que conozco le mandó un correo electrónico a su esposa y después la llamó por teléfono porque no podía esperar que le contestara!

En ocasiones, nos parece que Dios nos ha abandonado porque no responde inmediatamente a una oración. A menudo, nuestra actitud se convierte en algo así: «Respóndeme pronto, oh Señor, porque desmaya mi espíritu…» (Salmo 143:7).

Sin embargo, esperar que el Señor obre puede transformarnos en personas de una fe creciente. David pasó muchos años esperando ser coronado rey y huyendo de la ira de Saúl. Escribió: «Aguarda al Señor; esfuérzate, y aliéntese tu corazón; sí, espera al Señor» (Salmo 27:14). Y en otro salmo nos alienta con estas palabras: «Pacientemente esperé al Señor, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. […] Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos» (40:1-2). Mientras esperaba en el Señor, David se convirtió en un «varón conforme [al] corazón [de Dios]» (Hechos 13:22; ver 1 Samuel 13:14).

Cuando nos frustramos con el aparente retraso de Dios para responder nuestra oración, es bueno recordar que Él desea desarrollar en nuestro carácter las cualidades de la fe y la perseverancia (Santiago 1:2-4). ¡Espera en el Señor!