Toda historia épica tiene personajes con profundidad, pruebas,
y triunfos. Existen grandes héroes y grandes tiranos. A mí
me intrigan especialmente aquellos personajes a los que se
les presenta como abrumadoramente desagradables, pero de
alguna manera terminamos deseándoles suerte debido a una
oculta esperanza de redención. Personajes como Gollum, el
Inspector Javert, y Lex Luthor pueden ser el mayor enemigo o
aliado de nuestro héroe.
Uno de los mejores ejemplos literarios de esto es Sydney
Carton en la novela de Carlos Dickens, Historia de Dos Ciudades. Es
un borracho, un bribón, y un hombre de doble ánimo y deshecho.
Él anhela ser un hombre de valía, pero los vicios y las mentiras
que habitualmente adopta lo mantienen en el camino hacia la
destrucción. Queremos estar de su lado, pero sospechamos de
sus motivos. Cerca del clímax de esta gran novela, Sydney se
ha convencido a sí mismo y casi a todos los demás que es un
caso perdido.
Sin embargo, su oportunidad para redimirse viene cuando
nuestro héroe, Charles Darnay está a punto de ser ejecutado.
Todavía no estamos seguros de los planes y motivos de Sydney
debido a lo secreto de sus actividades. Para nuestra satisfacción,
Carton abandona sus vicios y hábitos y se apoya en la verdad de
las palabras de Jesús, «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree
en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no
morirá jamás» (Juan 11:25-26).
Sydney, al igual que Marta, la amiga de Jesús, cree en esta
verdad (Juan 17:27). Luego, desinteresadamente, toma el lugar de
Charles en la guillotina. Este esfuerzo a la imagen de Cristo
garantiza el futuro seguro de una familia y transforma el
testimonio de Sydney, del de un bribón vil al de un ejemplo
desinteresado de amor. Todos los males y delitos son eliminados
y él queda redimido.
Por medio de Jesús, todos tenemos libre acceso a la redención.
Nada de lo que hayamos hecho es demasiado grande que Su
sangre no pueda cubrir. Al igual que Sydney Carton, tenemos que
deshacernos del viejo yo. No tenemos necesariamente que dar
nuestra vida física, pero debemos abandonar en la cruz nuestros
pecados, secretos, hábitos, y maneras de muerte espiritual. Él
limpiará lo que traigamos a los pies del Redentor. ¡Él hace todas
las cosas nuevas! —JJ