Cuando la Madre Teresa murió, en 1997, la gente volvió a maravillarse ante su ejemplo de servicio humilde a Cristo y a los más necesitados. Pasó 50 años sirviendo a los pobres, los enfermos, los huérfanos y los moribundos a través de las Misioneras de la Caridad en Calcuta, India.
Después de entrevistarla extensamente, el periodista británico Malcolm Muggeridge escribió: «Hoy se habla mucho de descubrir una identidad, como si fuera algo que pueda buscarse, semejante a ganar la lotería; y después, una vez encontrada, acapararla y atesorarla. En realidad, […] cuanto más se gasta, más se enriquece uno. Por eso, la Madre Teresa, al ocultarse, descubre quién es. Nunca conocí a nadie más memorable».
Sospecho que muchos tal vez tengamos miedo de lo que pudiera suceder si obedecemos las palabras de Cristo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará» (Lucas 9:23-24).
Nuestro Salvador les recordó a sus seguidores que había venido para darnos vida en abundancia (Juan 10:10). Somos llamados a perder nuestra vida por Él, y al hacerlo, descubrimos qué significa vivir con plenitud.