Marcos, quien nos recalca la vida emotiva de Jesús,
presenta a un Salvador que está tanto molesto como
triste al mismo tiempo. Contrariamente a los esquemas
simplistas de la estructura del ministerio de Jesús que hablan de
un período de aceptación, Marcos nos hace saber que desde el
principio, los fariseos y los herodianos estaban tramando para
asesinarlo.

Es el sábado, y Jesús aparece una vez más en la sinagoga. Se
ha hecho tan bien conocido por quebrantar las añadiduras a las
limitaciones bíblicas que se le han colocado al sábado que los
fariseos parecen preocupados, aparentemente esperando que Él
los desafíe.

Los rabinos han acordado un solo precepto para ayudarlos a
lidiar con las excepciones al sábado. Siempre que había un
conflicto en cuanto a la observancia, la sola pregunta decisiva era:
«¿cuál de estas maneras preserva la vida?» El rabino de Nazaret
ahora les cita su propia enseñanza a los rabinos al llamar al
hombre con la mano deforme para que se pare delante de la
multitud. Normalmente, tal confrontación llevaría a un debate,
pero tal debate es inútil ante la autoridad de la presencia de Jesús.
Al mismo tiempo, Él está molesto y triste por ellos.
Luego viene el sencillo y nada milagroso mandamiento,

«Extiende tu mano» (Marcos 3:5). No se escucha trueno alguno a
la distancia, nadie queda cegado por algún rayo de luz, y sin
embargo, la perfecta intención de la mente de Jesús se logra
mudamente y la mano deforme vuelve a ser restaurada. Según la
manera de ver el mundo de los fariseos, la mano del hombre
había quedado deformada debido al pecado en su vida. La
capacidad de Jesús de sanar la enfermedad y la deformidad
debieron haber sido la señal más clara para ellos de que Él era
quien vino a «salvar una vida» (v.4).

Pero fueron incapaces o no estuvieron dispuestos a ir más
allá del rompimiento de una de sus reglas y ver un milagro. ¿Qué
reglas insignificantes que hemos elegido seguir han impedido
que veamos cómo obra Dios? Pongámoslas a un lado, extendamos
nuestra mano, y experimentemos el toque sanador de Dios. —MC