Ha pasado bastante tiempo desde que tuvimos bebés recién
nacidos viviendo en nuestra casa, pero recuerdo la rutina
bastante bien. Dormir, leche, y pañales. Dormir, leche, y
pañales. Más de dormir, más leche, y cambiarlos de nuevo. Logras
hacer esas cosas y estás en buena forma. Falla en uno de esos
puntos y, ¿qué sucede? ¡Buaaaa! — ¡en tonos cada vez más altos!
Pedro debió haber tenido bebés en su casa en algún
momento, porque sabía acerca de sus necesidades. Escribió,
«Desead como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra»
(1 Pedro 2:2).

Hablando espiritualmente, Pedro nos llamó bebés
hambrientos, que ansían la Palabra de Dios para su alimento y
que se mueren de hambre sin ella.

¿Alguna vez has tenido semejante hambre por la Palabra de
Dios? Espero que estés en pos de ella. Pero tal vez tu vida está un
poquito desnutrida en este momento. Las cosas de Dios solían ser
tan preciosas para ti, pero si se hubiera de conocer la verdad, no
has ingerido una «comida» completa en mucho tiempo. Cada día
te mueres un poquito más de hambre. Te preguntas, ¿Qué le pasó a
ese hambre por Dios que yo solía tener?

He estado en ese lugar unas cuantas veces en mi vida. Y
aunque me es difícil admitirlo, fui allí por elección propia. Pero
siempre que he cogido la Palabra de Dios, ésta siempre me ha
dado una nueva vitalidad espiritual.

Si te sientes famélico tienes que regresar a la Palabra. La Biblia
satisface todo corazón hambriento. Los cristianos más vibrantes
que conozco son personas que a menudo, con regularidad, y de
manera diligente, se alimentan de la Palabra de Dios. Y cuando te
alimentas fielmente de la Palabra, la vida de Jesús se formará en ti.
Nota lo que Pedro dijo: «Desead como niños recién nacidos, la
leche pura de la palabra, para que por ella crezcáis para salvación»
(1 Pedro 2:2). La Palabra de Dios alimenta y hace crecer tu vida en
Jesús; es alimento para tu alma. ¡Métete en ella! —JM