A la larga, todo en este mundo llega a su fin, lo cual puede ser a veces frustrante. Es lo que sientes cuando lees un libro tan bueno que no quieres que termine. O cuando ves una película que deseas que continúe un rato más.
Pero todas las cosas, buenas y malas, llegan a la parte del «Fin». De hecho, la vida misma finalmente se termina… a veces, antes de lo esperado. Todos los que hemos estado junto al féretro de un ser querido conocemos el doloroso vacío de un corazón que desea que eso no hubiera sucedido.
Gracias a Dios, Jesús entró en el campo de batalla de las frustraciones fatales y, mediante su muerte y resurrección, nos da esperanza. En Él, el «fin» es el preludio a una eternidad sin muerte, y palabras tales como «se terminó» son reemplazadas por un «para siempre» lleno de gozo. Como nuestro cuerpo no es eterno, Pablo nos asegura que «todos seremos transformados» (1 Corintios 15:51) y nos recuerda que, por la obra triunfante de Cristo, podemos declarar con confianza: «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (v. 55).
Por eso, no dejes que tu corazón se angustie. Nuestro dolor es real, pero podemos abundar en gratitud porque Dios «nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo» (v. 57).