¿No sería la vida mucho más fácil si pudieras echarle la
culpa de todo lo malo que pasa a alguien o a algo que
no seas tú? Es culpa de mis padres, es mi pasado, mi
jefe, las circunstancias de mi vida, mi temperamento, o . . . lo que
sea. Pero la Biblia pone perfectamente en claro ese punto: «No os
dejéis engañar . . . pues todo lo que el hombre siembre, eso
también segará» (Gálatas 6:7).
Todo lo que siembres, eso segarás. Este principio de sembrar y
cosechar viene de la vida en la granja. Las épocas de siembra y de
riego y de arrancar la mala hierba se convierten en épocas de
cosecha. El agricultor cosecha lo que ha sembrado.
Así pues, ¿que has estado sembrando? ¿Qué semillas has
sembrado en tu matrimonio, en tus hijos, en tus finanzas, en tu
andar con Dios? Si plantaste maíz, no esperes que crezca trigo. Lo
que sea que has sembrado, eso será lo que saldrá. Por muy duro
que sea aceptarlo, la cosecha que produces — buena o mala —
surge de las elecciones que tú has hecho.
Estoy muy consciente del peso de dicho principio. Por favor,
no pienses que esta palabra proviene de un corazón perfecto,
porque no es así. Mis propias racionalizaciones, excusas, y
acusaciones a los demás me tienen esclavizado. Cuando admito
con total honestidad, «Esto es una consecuencia de algo que he
hecho, de algo que he dicho, de prioridades que he buscado, de
elecciones que he hecho; esta cosecha proviene de una semilla
que planté» — sólo entonces comienzo a experimentar la gracia de
Dios. Ésta es la verdad que me hace libre.
Así pues,¿qué sucede si ya estoy cultivando algo realmente malo en el
suelo? Te preguntarás. Bueno, así es la agricultura; ya no hay nada
que puedas hacer con lo que ya ha sido plantado. Pero puedes
comenzar hoy a plantar elecciones correctas y a prever una mejor
cosecha en las semanas y meses por delante. —JM