Antes de la grabación de mi primera serie de videos, mi
confianza recibió una severa paliza. Había trabajado tan
duro en la preparación; pero, a medida que se acercaba la
hora, no tenía nada que ofrecer. Le dije al Señor, «Ahora vas por
Tu cuenta. No tengo nada que dar.»

Los cielos no se abrieron de repente con una emanación de
fortaleza. Tres horas después, entré en el estudio totalmente por fe.
Se había transportado a Houston miles de dólares en equipo. Un
gran grupo de personas se había preparado para la producción.
Se habían instalado seis cámaras. Se había reunido una audiencia.
Todo estaba listo — menos yo. Salí sólo con suficientes fuerzas
como para ponerme de rodillas delante de ellos y orar.

Cuando me levanté, una corriente de fortaleza parecía fluir
del cielo. No en baldes. Era más como un suero intravenoso. Dios
me estuvo sosteniendo minuto a minuto. Nunca sentí una oleada
de adrenalina o una ráfaga de viento poderoso. Pero esa semana
tuvieron lugar horas de extenuante trabajo y nunca me faltaron
las fuerzas para completar la tarea. Como adulto, nunca había
experimentado menos confianza. Y sin embargo, Él impidió que
mis rodillas se doblaran.

Cuando recibí la primera carta de una espectadora de la serie
de videos, lloré al leer sus palabras de agradecimiento. Susurré en
respuesta, «Fue Dios. No fui yo.»
Existen maravillosas promesas en la Escritura dirigidas
específicamente para los momentos de debilidad. Deuteronomio
33:25 dice, «y tan largo como tus días será tu reposo.» Pablo nos
volvió a recordar esta promesa en 2 Corintios 12:9-10: «Te basta
mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad . . .
porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.»
Incluso cuando el enemigo trata de hacernos perder
confianza, Dios puede tomar la victoria con una demostración
del poder del Espíritu. En esos momentos, Dios puede producir
una cosecha de fruto como ninguna otra. Aquéllos que han
sido tocados reciben aliento con una fe que «no descanse
en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios»
(1 Corintios 2:5).

Por medio de Su poder, otras personas terminan viendo a
Dios en vez de vernos a nosotros. —BM