Estoy segura que tu lengua — como la mía — ha sido mal
empleada incontables veces al decir palabras dañinas. Como
si nuestras propias tendencias no fueran suficientemente
malas, también vivimos entre (Isaías 6:5). Muchos de nosotros
vivimos o trabajamos en ambientes donde las murmuraciones, los
chismes, las mentiras, las blasfemias, los comentarios y los chistes
subidos de tono son una pandemia. Al igual que Isaías, se nos
envía al mundo en el nombre de Dios. Puede que la lengua sea el
instrumento con el mayor uso potencial en las vidas de cada uno
de nosotros.
Muchos de los mandamientos de Jesús en el Nuevo
Testamento involucran las palabras que decimos. Hemos sido
llamados a dar nuestros testimonios en cualquier momento que
tengamos la oportunidad de contarle a otra persona acerca de
nuestra esperanza. Hemos sido llamados a orar. Y no es una
coincidencia que algunas de nuestras oraciones más efectivas
sean en voz alta. Se nos ha llamado a discipular a los demás,
enseñando la Palabra y los caminos de Dios. Se nos ha llamado a
alentar a los desesperados y cansados. Y también se nos ha
llamado para hablarles a algunas montañas y decirles «¡Muévete!»
Es evidente que hay demasiado poder en juego para seguir
cultivando una boca inconsistente e impura.
Tú y yo estamos delante del mismo trono al que el profeta
Isaías se aproximó en su gloriosa visión. Dios sigue siendo igual
de santo. Así como también igual de «high and lifted up.» El
train de su robe todavía llena el templo, y los serafines siguen
exclamando, «¡Santo!.» Hebreos 4:15-16 dice que porque tenemos
a Jesús como nuestro gran Sumo Sacerdote, nos acercamos
confiadamente al trono de la gracia. La misma gracia que salva
también nos hace crecer espiritualmente, y podríamos usar una
obra nueva de Dios en nosotros, ¿no es cierto? Dios quiere usar
nuestras palabras para Su gloria. Y Él nos está llamando a un
compromiso renovado y a una disposición a volvernos del mal
empleo de éstas.
Hoy podría ser ese día. Quédate con Él en el altar. Haz tu
confesión y ofrece tu petición. No hay necesidad de dejar caer
nuestras cabezas y suplicar. Todo lo que necesitas hacer es
levantar tu rostro y pedir. Que Jesús toque nuestros labios otra vez
con carbones del altar y que encienda nuestras lenguas con Su
fuego santo. —BM