«No va a pasar nunca, tía Julie, quítate esa idea de la mente».
«Sé que es poco probable —respondí—, pero no imposible».
Durante varios años, mi sobrina y yo mantuvimos conversaciones similares sobre una situación familiar. En ocasiones, yo completaba la frase de este modo: «Sé que puede pasar, porque siempre escucho historias sobre cómo Dios realiza lo imposible». La parte de la frase que únicamente me decía a mí misma era: Pero eso sucede solo en otras familias.
Últimamente, el pastor de mi iglesia ha estado predicando de Efesios. Al final de cada reunión, recitamos esta doxología: «Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén» (Efesios 3:20-21).
Este año, Dios decidió hacer «muchísimo más» en mi familia. Reemplazó la indiferencia con el amor. ¿Cómo lo hizo? No lo sé. Pero lo presencié. ¿Por qué debería sorprenderme? Si Satanás puede convertir el amor en indiferencia, Dios indudablemente puede obrar a la inversa: tornar la indiferencia en amor.