Las personas que visitan Colorado, en Estados Unidos, suelen deshidratarse sin darse cuenta. El clima seco y el sol intenso, especialmente en las montañas, pueden disminuir de inmediato los fluidos corporales. Por eso, muchos mapas de turismo y carteles instan a beber mucha agua.
En la Biblia, el agua se utiliza con frecuencia como símbolo de Jesús, el agua viva que satisface nuestras necesidades más profundas. Por lo tanto, es sumamente apropiado que una de las conversaciones más memorables del Señor tuviera lugar junto a un pozo de agua (Juan 4:1-42). Comienza con Jesús pidiéndole de beber a una mujer samaritana (v. 7), y rápidamente surge una charla sobre otro tema, cuando Él le dijo: «Cualquiera que bebiere de esta agua [física], volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna» (vv. 13-14).
Como resultado de esta conversación, la mujer y muchas personas de la aldea donde ella vivía creyeron que Jesús era «el Salvador del mundo, el Cristo» (v. 42).
No podemos vivir sin agua. Y tampoco podemos vivir de verdad ahora ni en la eternidad sin el agua viva que recibimos al aceptar a Jesucristo como nuestro Salvador. Hoy mismo podemos beber de su agua vivificadora.