Tengo tres hijos, y todos son ya adultos. Pero hay algo que
noté a lo largo de los años con mis hijos. Nunca estaban
cansados. Sus ojos podían estar cerrándose, su hablar podía
hacerse más lento, sus piernas podían estar cediendo, pero si yo
decía, «Josh, ¿estás cansado?» de inmediato él respondía, «No.» Lo
mismo sucedía con Rachel y John.

Los niños nunca admitirán que están cansados, porque si lo
admiten podrían tener que echar una siesta. Y no hay nada peor
en la mente de un niño que lo obliguen a echar una cabezada.
Las ovejas son como los niños. No admitirán que están
cansadas. Ésa es la razón por la que Salmos 23:2 dice, «En lugares
de verdes pastos me hace descansar”.

Recuerdo una tarde en que puse a mi hijo John a echar una
siesta. Lo coloqué en la cuna, salí y cerré la puerta. Estuve junto
a la puerta por un momento. A los diez segundos lo escuché
gruñendo y resoplando mientras se levantaba agarrándose de la
baranda de la cuna. Abrí la puerta para verlo atisbándome por
encima del lado de la cuna. Farfulló en su media lengua, «No
dume, papá.»

Lo volví a echar sobre el colchón, y esta vez puse mi mano
sobre su espaldita. Eso no le gustó, y trató de volver a levantarse.
Así que puse un poquito más de presión sobre su espalda. Pero
todavía quería levantarse. Trató de levantarse unas cuantas veces
más, pero no pudo sacar suficientes fuerzas como para ir más allá
de mi mano. En cuestión de minutos, se rindió y se durmió. John
no quería irse a dormir, aunque necesitaba desesperadamente
descansar. Así que tuve que hacerlo echarse.

Eso es lo que el Pastor tiene que hacer algunas veces con
nosotros. Nos hace echar. Nos atareamos, nos comprometemos
más allá de nuestra capacidad, quedamos atrapados en la
vorágine. Así que nos hace echar. Puede usar un revés financiero
para hacernos echar. Puede usar un ataque al corazón para
hacernos echar. Puede usar un despido del trabajo para hacernos
echar. Cuando nos negamos a descansar, Él intervendrá y nos
hará descansar. Es Su trabajo salvarnos de nosotros mismos. —SF