Amenos que realmente la conozcas, la verdadera humildad
es difícil ubicar. Puede que las personas calladas y sin
pretensiones parezcan humildes — cuando en realidad
puede que se sientan intimidadas y estar ferozmente celosas de
los demás. Puede que las personas con actitudes reflexivas y que
rara vez ríen y que son de hablar piadoso estén orgullosas de sí
mismas por su piedad. O puede que aquéllas que dan la
impresión de «soy nada» estén rogando por un cumplido o
simplemente estén sufriendo de un complejo de inferioridad.

Por otro lado, a la auténtica humildad no se la reconoce
fácilmente. Puede que la última persona de la que sospeches sea
la más humilde. Podría ser el alma de la fiesta, la que se ríe más
fuerte que cualquier otra persona, y la que disfruta la vida al
máximo. La lección es que la humildad no puede medirse con
apariencias externas ni con perfiles estereotipados del
temperamento.

La verdadera humildad comienza en el corazón, donde dos
actitudes básicas la producen. La primera actitud trata con quién
es la autoridad final en la vida. El orgullo resiste la realidad del
derecho de Dios a tener la última palabra en la vida. Cuando
Moisés reprendió a Faraón por no cooperar con los planes de Dios
para Israel, dijo, «Así dice el SEÑOR, el Dios de los hebreos:

‘¿Hasta cuándo rehusarás humillarte delante de mí?’» (Éxodo 10:3).
Un corazón humilde es un corazón obediente (Filipenses 2:8).
Reconoce el derecho de Dios a gobernar.

La segunda actitud de verdadera humildad es reconocer que
soy lo que soy, no por mis propias maquinaciones, habilidades, e
intelecto, sino solamente por la bondad y la gracia de Dios. Un
corazón orgulloso quiere tomar el crédito por nuestros logros. Pero
la Palabra de Dios nos enseña que la posición, la riqueza, la salud,
los bienes, y las capacidades son en última instancia, regalos de
Dios. La humildad da el crédito donde hay que reconocerlo.

Alegremente afirma que soy lo que soy por la gracia de Dios
y que lejos de Él yo sería nada (ver 1 Corintios 15:10).
Es un pensamiento aleccionador recordar que Dios resiste a
los orgullosos. Pero piensa en esto:Él le da gracia a los humildes
(1 Pedro 5:5). Elige tú. —JS