<Hace algunos años tuve que pasar por un tratamiento
dental bastante a fondo. Me pusieron frenos y me
operaron. Todo esto abarcó un período mayor a tres años
y durante ese tiempo estuve constantemente ya sea donde el
dentista o el ortodoncista.
Sabes, preferiría realizar un salto banyi (con correas elásticas)
al fondo del Gran Cañón que ir al dentista. No me gusta la
novocaína, el taladro, los sonidos, el jaleo, el enderezamiento, ni
la raspadura.
Entonces, ¿qué me hacía seguir yendo? Simple. Tenía
que terminar el tratamiento y estaba convencido que éste
valía la pena.
Descubrí que si te centras en aquello por lo que estás
pasando, lo más probable es que nunca lo superes. Si no te gusta
el dolor del proceso, seguirás con los ojos puestos en éste, en el
dolor, en las barreras y en los límites, y luego no vas a lograrlo
porque es demasiado duro. Si elevas la vista y ves más allá del
proceso hacia el producto terminado, verás lo que puede ocurrir
y ciertamente ocurrirá y avanzar hacia lo que te da la fuerza para
dar un paso a la vez para soportar el proceso.
Dios usa los momentos de dificultad para producir un carácter
a la imagen de Cristo en nosotros. Se nos recuerda esto en
Romanos 5:3-5. La palabra clave en esos tres versículos es
sabiendo. Nos regocijamos con el proceso porque sabemos lo que
va a ocurrir. Se nos asegura que esto está encaminado hacia un
fin, y cuando lo superemos nos veremos más como el Salvador.
¿Nos gusta el dolor, las presiones, la tribulación, los
problemas? No, no nos gusta nada de eso, pero sabemos que va
a haber algo especial al otro lado.
Necesitamos mantener nuestras mentes en lo que Dios está
produciendo en nosotros y a través de nosotros como resultado de
la difícil situación en la que da la casualidad que nos
encontramos. —CWL