La esperanza es una palabra que pertenece al vocabulario de
todo creyente. La esperanza del cristiano no es un deseo
angustiante por una vida despreocupada, sino algo que está
activo y que no se ve amenazado incluso en lo peor de las
pruebas de la vida.
El apóstol Pedro sabía algo acerca de esta clase de esperanza.
Había vivido tanto con la esperanza del tipo angustiante como la
del tipo que había sido probada por fuego. En la transfiguración
de Jesús, Pedro expresó su esperanza de que él y los demás
pudieran construir un par de cobertizos y quedarse en el monte
con Jesús para siempre (Mateo 17:4).
Pero Pedro tuvo que bajar del monte, y en el curso de su
ministerio enfrentó «diversas pruebas» que afinaron y purificaron
su fe. Luego de años de servicio fiel, como un apóstol maduro y
experimentado, dio este consejo a los creyentes perseguidos: «no
os sorprendáis del fuego de prueba que en medio de vosotros ha
venido» (1 Pedro 4:12). Pedro les recordó que un mundo que
perseguía y condenaba a Jesús ciertamente no le daría pase libre
a Sus fieles seguidores. Pero incluso en medio de la peor
adversidad, dijo que todavía tenemos una «esperanza viva,» la
cual incluye «una herencia incorruptible, inmaculada, y que no
se marchitará» (1:3-4).
La esperanza de la que Pedro escribió no es un deseo con los
dedos cruzados de que el problema pase, sino una esperanza en la
verdad de que ninguna prueba en la tierra puede robarnos toda la
bondad y la gracia que tenemos en Él, incluyendo la eternidad.
¡Pedro, junto con Pablo, estaba convencido de que tribulación, o
angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada
jamás pueden separarnos del amor de Jesús! (Romanos 8:35).
Nuestras pruebas temporales, sustentadas por esta esperanza, se
traducen en ganancia eternal cuando vivimos para causar un
impacto para la gloria de Jesús.
Ésa es la razón por la que Pedro podía hablar de la esperanza
y del sufrimiento a renglón seguido. Había encontrado la única
esperanza que dura — aquélla a la que Pablo llamó «Cristo en
vosotros, la esperanza de la gloria» (Colosenses 1:27). —JS